jueves, 18 de noviembre de 2010

¿FIDELIDAD O SERVILISMO?

¿Estaba sir William Gull dispuesto a todo por servir a la reina Victoria?

Es difícil servir a un gran señor, sin acabar convirtiéndose en esclavo de su voluntad, e incluso de sus caprichos.  Además cuanto más poderoso es el señor al que has de servir, mayor es el peligro que corres de convertirte en su esclavo, de que acabes confundiendo la fidelidad con el servilismo.

Si tal es la condición humana, y el peligro al que todos estamos expuestos, la posibilidad de caer en semejante tentación se agranda si pensamos que sir William tenía el honor y la responsabilidad de ser el médico de confianza de un personaje cuyo fuerte carácter y gran personalidad marcó la época a la que ambos pertenecieron.


Pocos poderosos ha habido, a lo largo de la historia de la humanidad, que lo fueran tanto como la reina Victoria I de Inglaterra, emperatriz de la India. Y ninguno hubo que se viera en la necesidad de gobernar un imperio tan vasto en una época tan convulsa. Mientras en toda Europa se sucedían las sangrientas revoluciones, y una a una iban desapareciendo las viejas monarquías, en muchos casos pasando sus miembros por la guillotina, precisamente ella, una mujer, se veía en la necesidad y en la obligación de llevar las riendas de su inmenso imperio, cuidando tanto de que el pueblo británico no se contagiara del clima subversivo que se extendía -como mancha de aceite- por toda Europa, como de que las lejanas colonias no aprovecharan la confusión para levantarse contra la metrópoli, proclamando su independencia, con lo que esto habría supuesto de pérdida económica y de prestigio y poder internacional.

Por otro lado, ¿que suerte les habría esperado, no sólo a la familia real, sino a todos áquellos que, como era el caso del eminente doctor, se hallaban cómodamente instalados, a la sombra del poder institucional?


Si la reina Victoria I logró mantenerse en el Trono fue gracias a que no era sólo una mujer autoriataria, sino también respetable. Es famosa su austeridad con los demás, pero ella fue austera, sobre todo, consigo misma. Si logró lo que muchos otros reyes no lograron es porque era una mujer inteligente, prudente, y porque se convirtió para los suyos en modelo de virtudes, cosa que no supieron hacer otros muchos monarcas, tan cercanos a ella por parentesco, pero que tanto se distanciaban de su filosofía de vida, y de su obsesión por ser en todo momento una reina ejemplar para su pueblo.

Todo ello le granjeó no sólo el respeto sino, lo que es mucho más valioso, el cariño y la admiración de la mayor parte de los ciudadanos de su extenso imperio.

¿Le puede extrañar a alguien que su médico personal estuviera dispuesto a todo, con tal de servir a la causa de su reina, o a la del heredero de ésta, el príncipe de Gales?

Nada más natural que plegarse a cualquiera de sus peticiones o sugerencias, máxime si tal petición, si tal sugerencia se presentara como una forma de resolver una situación que está poniendo en peligro la continuidad de la Corona, con todo lo que esto conlleva de inestabilidad social, de hundimiento del sistema, en el que tan cómodamente había logrado instalarse aquel hombre de origen humilde, elevado a la categoría de prestigioso doctor, con una honorable familia cuyo status social debía tratar de mantener.

jueves, 4 de marzo de 2010

MÁS QUE MÉDICO, AMIGO


¿Quién era sir William Gull, y qué relación tenía con la familia real?




Nacido en diciembre de 1816, se graduó en medicina en 1841. Fue profesor de filosofía natural y de anatomía comparada en el hospital de Guy.

En 1872 se ocupó de la salud del Príncipe de Gales, que padecía de fiebres tifoideas. El éxito de su intervención le valió la gratitud de la reina Victoria, que le concedió el título de barón, y le convirtió en su médico de cabecera y amigo.

Contando con un apoyo tan poderoso, no es de extrañar que acabara siendo considerado como uno de los médicos más prestigiosos de todo el gran Imperio británico, nombrado miembro del Consejo General de Medicina, además de  Doctor Honoris Causa por las universidades de Oxford, de Cambridge y de Edimburgo.

En 1888 sufrió un ataque de apoplejía que le obligó a abandonar buena parte de sus cargos, aunque tuvo una pronta recuperación, y vivió con relativa salud un par de años más.


¿Cómo es posible que un hombre de 72 años, y  enfermo pudiera asesinar y despedazar a Annie Chapman en menos de media hora, teniendo incluso tiempo para huir sin dejar ninguna huella?

Imposible que un solo hombre hiciera tal proeza, aunque gozara de una salud envidiable, ni siquiera contando con la ayuda de un fiel lacayo, como se ha sugerido en numerosas ocasiones.


¿Por qué apuntan hacia él tantas miradas, a la hora de buscar la identidad del Destripador?


En el juicio que siguió al asesinato de Annie, el doctor Phillips aseguró que todo tuvo que ser "obra de un experto...    Alguien que tenía suficientes conocimientos de exámenes anatómicos o patológicos para poder sacar los órganos pélvicos con un solo corte de cuchillo", y el juez Baxter, en su sentencia dictaminó: "Las heridas fueron realizadas por alguien que tenía considerable destreza y conocimientos anatómicos... No hubo ningún corte inútil...  El órgano fue extirpado por alguien que sabía dónde encontrarlo, cuáles eran las dificultades a que se enfrentaba, y cómo utilizar el cuchillo, de tal modo que pudiera extraer el útero sin dañarlo"

Pocos individuos en todo Londres habrían podido hacer semejante operación, en tan poco tiempo y en tan adversas circunstancias, y un convaleciente de apoplejía menos aún.


El comportamiento de sir Charles Warren, jefe de la policía metropolitana de Londres, que tanta celeridad mostraba, a la hora de borrar todo tipo de pruebas, y que hizo lavar el cadáver de Annie, convirtió al doctor Gull en el sospechoso con más posibilidades de ser el auténtico culpable.

Sir Charles no podía comprometerse, si no se trataba de exculpar a un personaje muy cercano a la mismísima reina Victoria, y sir Willian Gull era, al mismo tiempo, un magnífico cirujano, y amigo personal de la reina.


¿Estaba sólo en semejante empeño? ¿Era suficiente la ayuda de un simple cochero, para que un hombre enfermo cometiera tales atrocidades, en tan poco tiempo, sin dejar huella alguna?  ¿Era todo obra de un grupo bien organizado, con una misteriosa misión, al servicio de la Corona?

¿PUDO UN SOLO HOMBRE ASESINAR A ANNIE CHAPMAN?



¿Fue sir William Gull el Destripador, o sólo su cómplice?



El 8 de septiembre de 1888, cuando el reloj de la iglesia más cercana marcaba las 6 de la mañana, John Davis, un humilde carretero que vivía en el 29 de la calle Hanbury, abandonó su casa, para dirigirse a su trabajo. No se fue directamente, sino que entró un momento al patio común de edificio, y allí se encontró con un espectáculo dantesco. Una mujer yacía estrangulada y degollada. Sus faldas alzadas mostraban su vientre desgarrado, del cual habían extraído útero, ovarios, vejiga, intestinos... para esparcirlos alocadamente en torno a la víctima.

No contento con tales destrozos, el asesino se entretuvo en arrancar los anillos de sus dedos, rebuscar en sus bolsillos, sacando todo lo que en ellos había, para acabar esparciendo igualmente todo por el suelo.

Mr. Davis salió inmediatamente a pedir ayuda, y pronto el lugar se convirtió en un hervidero de curiosos y agentes del orden.

Uno de los primeros en acudir fue Mr. Cadosh, que vivía en el 27 de dicha calle, cuyo patio compartía un muro con aquél en el que acababa de aparecer la mujer asesinada. Aseguraba haberse levantado pasadas las cinco, y haber estado en el patio de su casa alrededor de las cinco y media, sin haber escuchado absolutamente nada, salvo un pequeño grito de mujer, un simple "NO", al que siguió un golpe, dado sobre la valla que ambos patios compartían. Nada que llamara excesivamente su atención.

Más tarde apareció otra testigo. Se trataba de Elizabeth Long, quien regentaba un puesto de frutas y verduras en el cercano mercado de Spitalfields, la cual, como cada día, había salido de casa alrededor de las cinco y media. Al pasar junto a la puerta del 29 de Hanbury, se cruzó con una pareja, ambos desconocidos para ella. El caballero le estaba preguntando a la mujer que le acompañaba: "¿Lo harás?".A lo que la mujer respondió afirmativamente.

En media hora, había degollado a Annie Chapman, el tristemente famoso Destripador que así se llamaba la víctima, cometiendo todo tipo de tropelías con su cuerpo. Más aún, tuvo incluso tiempo de escapar sin dejar huella alguna, ni siquiera una pisada ensangrentada que hubiera podido dar a los policías la menor pista de la envergadura física del culpable.

El 10 de septiembre se celebró el juicio, para esclarecer la ocurrido. Ante el juez Wynne Baxter, el doctor Phillips, quien llevó a cabo la autopsia afirmó:

"Obviamente fue obra de un experto o, al menos de alguien que tenía suficientes conocimientos de exámenes anatómicos o patológicos para poder sacar los órganos pélvicos con un solo corte de cuchillo... Semejantes mutilaciones, hechas con cuidado y profesionalidad, yo no habría tardado en hacerlas menos de una hora..."

¿Pudo hacer todo ello un solo hombre, en un oscuro patio, en menos de media hora?

Las sospechas de todos recayeron sobre un experto cirujano, pero no sólo podría tratarse de un gran profesional, tenía que ser alguien bien acompañado, y bien protegido. De lo contrario, ¿cómo se explicaría que el jefe de la policía metropolitana acudiera inmediatamente al depósito de cadáveres, a ordenar que lavaran el cuerpo de la víctima antes de que el doctor Phillips llegara, y procediera a hacer la autopsia?


¿Quién sino sir William Gull unía la condición de magnífico profesional, y hombre de confianza de la reina Victoria y de su hijo, el Príncipe de Gales?